lunes, 2 de abril de 2007

EL DIAMANTE

Mi amigo, o mejor dicho cómplice, me empujó furiosamente y, casi cayéndome, conseguí salir de la casa. Luego descendimos desesperados calle abajo.

Eran exactamente las 4 de la mañana cuando llegamos al parque; diez cuadras nos separaban de la vieja casona. Mi amigo, aún jadeante, me enseñó nuestro botín: un impresionante diamante. Lo cogí. Al moverlo apareció en la base de la joya el rostro del abuelo. Lo tiré aterrado.

Mi amigo sonrió y dijo: "Qué buen robo". Yo recordé el cuerpo tirado del abuelo, que había despertado al oír ruidos en el estudio, y el golpe que mi amigo-cómplice le propinó por la espalda. Tragué saliva. No pude celebrar.

Por Juan Secaira



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