*** Cómo Publicar Tus Cuentos***

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sábado, 27 de enero de 2007

RETROSPECCIÓN

El calor era agobiante. La siesta hacía que el silencio fuese espeso, solo rasgado por el zumbido de las abejas.

El río que veía desde la enrejada ventana estaba como estancado, ni la más leve brisa movía los juncos de la orilla.

Abanicándose, recorrió descalza la gran habitación hasta salir al patio. Bajo la galería que lo rodeaba, las hortensias enormes llenaban los macetones, más allá del aljibe, al borde del enladrillado, los naranjos y limoneros perfumaban el aire, nada se oía, se sentó en una hamaca de mimbre, con la mirada recorrió las vigas de madera dura, adornadas aquí y allá con cintas rojas, donde algunas arañas habían tejido intrincadas redes plateadas. Bullía en su pecho una rebeldía que no podía dejar aflorar.

Su rígida educación, de respeto absoluto a la voluntad de su padre, a la obediencia ciega, la mantenía amordazada.

¿Hablar con su madre? ¿De qué serviría? Se había casado a los 16 años con su padre de 30, sumisa y feliz de que alguien como él, culto, perteneciente a una de las mejores familias, se fijara en ella.

¿Cómo preguntarle si se había enamorado cuando lo conoció?.

Sacudió la cabeza negando. Era más sencillo hablar con Tila, su nana.

Que aún seguía cuidándola con una amor que solo podía ser producto de su infinita generosidad.

¿Cómo explicar que cuando vio a Joaquín, en la fiesta de cumpleaños de Mariana, sintió que la sangre subía a su cara, le galopó el corazón y supo que se conocían desde siempre, que estaban unidos por el resto de sus vidas?

Hablaron cuanto pudieron bajo la mirada inquisidora de su padre.

Al día siguiente, durante el desayuno, él fue cortante.

- “No volverás a hablar con ese Joaquín de Álvarez”

- “Pero, padre…” – intentó protestar.

- “No se hable más” – y siguió comiendo en silencio, su madre ni la miró y ella ahogó el sollozo.

Cerró los ojos en esa atmósfera densa de la tarde. ¿Qué sucedía? Algo le decía que eso no estaba pasando. Joaquín y ella eran un uno, lo sabían los dos cuando se encontraron sus ojos, cuando le besó la mano. Ella conocía esa boca, esa piel, las sabía suyas, enloquecedoras.

El calor la adormeció.

Abrió los ojos, sobresaltada. El televisor estaba encendido. Se incorporó de un salto, agitada, y una extraña sensación de desdoblamiento en su cuerpo. Miró a su alrededor, reconoció su cuarto, buscó con ansiedad las fotos donde ellos estaban abrazados, en esa playa brasileña, riendo felices.

- ¡Dios mío! – Suspiró aliviada – solo fue un sueño, un sueño…

Apagó el televisor, se tiró sobre la cama, no convencida aún de no haber estado realmente en esa casa colonial, a orillas del río dos siglos atrás. Todavía podía oler los azahares, sentir la rebeldía queriendo explotar en gritos, y la voz metálica, sin matices, carente de sentimientos de ese padre, haciendo su voluntad.

- No pienso dormir – dijo en voz alta, levantándose – no quiero que éste sea el sueño.

Encendió la luz, fue hasta el escritorio, tomó su cuaderno y comenzó a escribir:

“Había a mi alrededor una sensación opresiva, densa como el calor de esa tarde…”

Clara

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