*** Cómo Publicar Tus Cuentos***

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sábado, 14 de julio de 2007

LA FERRARI ROJA

Los que abandonan la lujuria por una vida tranquila, insípida, piadosa, tienen asegurado un futuro sin sobresaltos. Eso se decía Edgardo Aleman cuando abandonó ese atardecer la clínica y se dirigió mansamente hacia su casa. Pero la voz insidiosa de su madre volvía a su memoria: es una chica rara, Edga, no te fíes mucho de ella porque puede decepcionarte.
El nunca le había hecho caso, o mejor dicho no atendió las advertencias de su madre, hasta esa vez en que al volver a su hogar una hora antes de lo acostumbrado y, mirando por la ventana, pareció ver a su mujer que, una cuadra antes, bajaba de una Ferrari roja polarizada.
—¿Con quién anduviste esta tarde?.
—Ya te había dicho que iba a salir, como siempre, con mi amiga Maruca.
—¿Ella maneja un coche importado?
—No, ¿por?
—Porque me pareció ver que bajabas de un coche rojo...
—Ahh..., era el remise. Lo tomé desde lo de Brenda, me atrasé con la depilación.
—Claro, ahora tienen coches caros los remiseros, ¿no?
—Y sí...
Quería saber hasta donde llegaba el asunto. Le preocupaba el comportamiento de su mujer en los últimos tiempos. Tenía miedo que se le viniera toda la estantería abajo. No quería ni pensar en tener que perder a alguien tan importante como Susan. Una pareja tan correcta como la suya merecía una gran seguridad y continuidad.
Al otro día siguió discretamente a su mujer. El trayecto comenzó desde su casa, continuó por la peluquería, una tienda de ropa fina, y un restaurante en Puerto Madero.
Vio que ella entraba resueltamente al lugar. Comenzó a aproximarse con precaución al negocio. Desde afuera de los ventanales observaba intentando ver a Susana. Pero no podía distinguirla por ningún lado. Entonces decidió entrar. Su corazón parecía estar a punto de hacerse añicos.
Ya adentro, una voz aflautada le dijo.
—¿Una mesa, señor?
—Sí..., claro.
—Pase, doctor.
—(...) ¿Usted me conoce?
—Sí... ¿Se acuerda del Dragón Rojo? Bueno, yo era el dueño. Ahora estoy aquí... La crisis, ¿vio?
—(...)
—¿Qué anda haciendo por acá? ¿Siempre buscando alguna mujer especial?
—¿Como cuál?
—Como la que buscaba antes, doctor... —dijo casi cuchicheando.
—¿Por qué? ¿Acaso tiene alguna acá?
—La casa acaba de encontrar una hembra increíble —dijo el mozo, bajando la voz.
—¿Sí...? Y, ¿cómo es ella?
—¡Es hermosa; pelirroja y alta...! Tiene clase; dicen que es la esposa de un hombre rico; que hace esto porque le gusta, y de paso se gana unos buenos pesos... Algunos clientes han comentado que ella confiesa que el marido es un hombre bueno, pero que es muy correctito en la cama... ¡Mire doctor, si lo hubiera conocido a usted, que le gusta el sexo fuerte, brutal, como a ella! Hasta podrían haber formado un matrimonio feliz..., ja, ja, ja.
—Dígame, ella... ¿que tipo de servicio presta?
—Hace de todo, servicio completo. Además es disciplinadora, sadomasoquista, como a usted le gusta. ¿Quiere que la llame?
—No... no... déjelo así. Gracias.
—Bueno, pero ¿vendrá otro día?
—Puede ser... Dígame ¿alguien tiene una Ferrari roja, polarizada, aquí?
—Sí, el dueño del local.

Cuento de Roberto vera (Argentino)

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