EL HUESO DE LA VIDA
Trémula, fija, atroz: la mirada se posa sobre mí y en dos minutos todo lo ganado se convierte en cero, en deducible, en derrota eterna. La voz me ordena y obedezco como esclavo sin voz ni voto; bajo la cabeza y acato. La noche nos cobija con una brisa fría y debo hacerlo, rendirme a sus instintos, a sus caprichos, sin poder reclamar, sin derramar mis palabras sobre ese cuerpo destrozado por la contundencia de una vida equivocada, despistada, inútil.
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