*** Cómo Publicar Tus Cuentos***

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domingo, 25 de marzo de 2012

RETALES DE UNA VIDA

Siempre fue una persona muy peculiar de imaginación desbordante. Entonces, se había empecinado en reinventarse y conseguir que todo el mundo la llamara Rosita. Su abuela - una persona de principios la cual, según ella, odiaba mentir- no podía aceptar la petición de su nieta sobre dirigirse a ella con ese nombre delante de sus nuevos amigos. Pero, como se afanaba tanto en conseguir aquello que más quería, llegó el día en que la Sra. María la llamase a voces por ese nombre desde el balcón para que subiese a cenar. Rosita se sintió orgullosísima, más que de la anciana, de sí misma. De nuevo, había logrado algo impensable: que la arrogante de su abuela se doblegara, que se rindiera esta vez ante lo que, pese a su corta edad, ella misma reconocía como un estúpido capricho. Un mero empeño infantil que la estaba obligando a saltarse su ética cristiana.
Recordando aquellos momentos, ahora piensa que posiblemente lo de su nueva identidad supuso un punto de inflexión en su vida. Hasta entonces había albergado en su yo profundo una tenue llama. Pero, aquel verano decidió reavivar su fuego interior y se convirtió, ya no en alguien diferente, sino en eso que ella era realmente y que no se había atrevido mostrar hasta la ocasión. No solo se trataba de un nombre cursi del agrado de una niña, era el impulso que necesitaba para abrirse al mundo y gritarles a todos que era la maravillosa Rosita.
Además, aquella impostura -que tuvo la templanza de mantener durante un largo mes de agosto- originó situaciones insólitas, las cuales han pasado a formar parte de su más vívido recuerdo. De entre ellas, cabe destacar una de un surrealismo existencialmente humano. Los abuelos habían decidido pasar aquella calurosa mañana con su nieta, en la playa. Como otras tantas mañanas de sal y arena, había transcurrido todo con normalidad: El viejo bajo la sombrilla, cerveza en mano. La Sra. María abordando, junto a las voluptuosas señoras de al lado, temas de interés social, con la necedad y la ignorancia que caracterizan a muchas de las personas de una determinada edad, estatus y cultura. De repente, sobrevino el pánico y el desconcierto. Los niños se gritaban unos a otros y a sus padres: “Es el abuelo de Rosita, es el abuelo de Rosita”, señalando a éste, mientras estaba sufriendo un derrame cerebral bajo el sol ardiente de aquella playa.
Sí, fue raro, muy raro. Se mezclaron la verdad que duele, del abuelo muriéndose ante su impotencia, y la mentira, que le ofrecía la oportunidad de ser la persona que ella anhelaba. Quizás -ya no se acuerda-, le hubiese gustado contar en ese momento con el apoyo de sus padres, de su gente de siempre, quienes la hubiesen protegido y calmado diciéndole algo así como: “No llores más, Vanesa, va a ponerse bien”.

Laverne

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