DESAPEGO
La muerte acechó a mi madre hasta que triunfó sobre ella. No tuvo más remedio que sucumbir a sus estrujones. Ni los mononitratos que le administraron, ni sus esperanzas de vivir, asumieron sus efectos.
La angina de pecho le doblegó la vida. Fue una muerte anunciada. No era la primera vez que mi madre había ingresado al hospital en estado delicado, con todo, ya me había acostumbrado a verla salir garbosa del sanatorio... Esta vez fue diferente, los médicos lo conjeturaban.
Esta vez la muerte no tuvo conmiseración de ella. Amputó los sueños que hilvané en mi cabeza de llevarla al mar, de pasearla en su silla de ruedas para exhalar juntos el aire puro de un paisaje azul.
La angina de pecho le doblegó la vida. Fue una muerte anunciada. No era la primera vez que mi madre había ingresado al hospital en estado delicado, con todo, ya me había acostumbrado a verla salir garbosa del sanatorio... Esta vez fue diferente, los médicos lo conjeturaban.
Esta vez la muerte no tuvo conmiseración de ella. Amputó los sueños que hilvané en mi cabeza de llevarla al mar, de pasearla en su silla de ruedas para exhalar juntos el aire puro de un paisaje azul.
Ya no estará más, no, ya no.
Ahora mis minutos se prolongarán cansados hasta verterse en la noche, cuando los remordimientos se inclinan más escabrosos y los “hubieras” irrumpen la tranquilidad de la sombras.
Me aferro a la caja como me así a sus pechos, como me arropé alguna vez en su matriz; me agarro a ella como cuando me acurruqué en su seno cuando seccionaron el cordón umbilical que nos unía.
Trato de no decaer. Elevo una oración a mi Dios. Lavo las lágrimas de mi rostro y me retiro rumbo al sepulcro… con la esperanza de verla en el futuro, de correr junto a ella por los senderos de una nueva vida, donde la muerte no exista más, donde nada ni nadie nos separe.
Me aferro a la caja como me así a sus pechos, como me arropé alguna vez en su matriz; me agarro a ella como cuando me acurruqué en su seno cuando seccionaron el cordón umbilical que nos unía.
Trato de no decaer. Elevo una oración a mi Dios. Lavo las lágrimas de mi rostro y me retiro rumbo al sepulcro… con la esperanza de verla en el futuro, de correr junto a ella por los senderos de una nueva vida, donde la muerte no exista más, donde nada ni nadie nos separe.
José Luis de la Cruz Vallejo
Monterrey, N. L. México.
www.joseluisdelacruzvallejo.blogspot.com
Monterrey, N. L. México.
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Etiquetas: Reflexiones
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