EL FINAL
El torrente de tierra, unida intransferiblemente con el agua de tonos cafés, avanza y avanza. Por debajo de las casas, por arriba, como engulléndolas con sus afilados dientes de espuma, piedras y muerte.
Solamente se escucha el rugido de esa fuerza destructora; los gritos de la gente, el estruendo de los autos chocando contra las paredes, el chasquido de los cuerpos rompiéndose, extinguiéndose en un segundo: nada de eso se oye, pues el bramido roba y silencia cualquier queja, dolor o partida.
La fiera inocente se come la mitad de la ciudad y es, eso es lo más trágico y absurdo, a pesar de su inclemencia, inocente. La bestia de agua y escombros únicamente responde a la agresión humana, a la despreocupación de las personas, al mutismo de los poderosos, que ven, aterrados, como toda su riqueza se la lleva el agua, para nunca más volver.
Tanta es la tragedia, que la gente comienza a reclamar a los gobernantes y las peleas y los asesinatos se producen entre el agua y las inmensas olas que ella produce.
El caos reina y perdura. Sentados en los escombros, tratando de secarse y curarse las heridas, dos niños miran cómo la ola mortal, a varios metros de distancia, sigue su labor de terror y muerte. Se regresan a ver, sus ojos fríos esconden el miedo; no dicen nada; uno de ellos acaricia a su pequeña mascota, que también se ha salvado de milagro. El ruido lejano lastima sus tiernos oídos y los llena de lamentos que jamás olvidarán. Son los únicos sobrevivientes de esa ciudad que nunca más se pondrá en pie.
Ecuador
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