ELLA

Después de la avalancha de piedras y arena ya nada quedó en pie. Nada. Ni las creencias, ni las certezas ni el amor. La realidad lucía devastada por la inmensidad de la pena, imposible de palpar, imposible de razonar n convertirla, por lo menos, en lamento. Había sucedido lo que todos pronosticaron. Todos menos ella; inconforme habitante de una circunstancia ajena a su deseo e irónicamente tantas veces deseada. Pero Dios barajaba y no siempre se puede ser el as de espadas o el comodín. Y ahí, de pie ante su soledad, atónita al asumir cómo se rompían los lazos familiares, otrora rígidos como las piedras observa su finitud con ojos amortajados. Por sobre eso la levedad de su existencia la tortura y envilece, cogida en rojo por la pérdida del vástago y la lejanía del verdugo, en medio de una brisa tortuosa que levanta el polvo que, caprichoso, se incrusta en los ojos de ella; ahí, de pie, estoica y asida en lágrimas y olvido.

Juan Secaira Velástegui
Ecuador