CITA
Arturo llegó a la hora convenida. La cita era crucial para ambos, para su futuro, ya no juntos, según le había dicho ella por teléfono; pero había que destruir todas las pruebas comprometedoras, acumuladas en más de cinco años de aquella relación taimada. Arturo, el eficiente militar, sentía que la mina de oro se le escabullía de las manos, y que, seguramente, ella le había cambiado por otro, de más jerarquía y con más contactos dentro de la organización.
De pie, junto al muro del centro comercial donde siempre se habían citado, Arturo se sentía algo estúpido; había puesto en peligro su vida al denunciar a sus propios compañeros, al vender nombres, lugares y contactos al enemigo; pero era un enemigo tan apetitoso y con tanto dinero que… Arturo cayó como un costal de papas al firmamento; el disparo le había impactado entre los ojos.
El automóvil, conducido por ella, se había detenido frente a Arturo y no le había dado tiempo a defenderse. Cuando la espía intentó escapar el tiro del arcabuz destruyó el auto y la hizo volar en mil pedazos. Al menos terminaron su existencia juntos, como la habían empezado, hace tanto tiempo, y tantos crímenes, atrás. El francotirador guardó su arma en un maletín, bajó de la azotea y se dirigió, campantemente, a cumplir otra misión, aún le restaban tres del mismo talante.
De pie, junto al muro del centro comercial donde siempre se habían citado, Arturo se sentía algo estúpido; había puesto en peligro su vida al denunciar a sus propios compañeros, al vender nombres, lugares y contactos al enemigo; pero era un enemigo tan apetitoso y con tanto dinero que… Arturo cayó como un costal de papas al firmamento; el disparo le había impactado entre los ojos.
El automóvil, conducido por ella, se había detenido frente a Arturo y no le había dado tiempo a defenderse. Cuando la espía intentó escapar el tiro del arcabuz destruyó el auto y la hizo volar en mil pedazos. Al menos terminaron su existencia juntos, como la habían empezado, hace tanto tiempo, y tantos crímenes, atrás. El francotirador guardó su arma en un maletín, bajó de la azotea y se dirigió, campantemente, a cumplir otra misión, aún le restaban tres del mismo talante.
Juan Secaira Velástegui
Ecuador
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