*** Cómo Publicar Tus Cuentos***

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martes, 21 de noviembre de 2006

FIDELIDAD

La mañana era fría, el sol apenas calentaba el asfalto. Como cualquier día la gente caminaba apurada, de poder escuchar los pensamientos la vorágine lo hubiera vuelto loco. Pero sí veía sus auras, era natural en él, colores que giraban en remolinos vertiginosos, oscuros, claros, desagradables y unos pocos bellísimos. Y eran esas personas quienes le dirigían una mirada piadosa.

Él sufría por ellos, los veía llenos de amor, pero pocos sabían canalizarlo. La vida no les permitía detenerse a pensar como hacerlo, y se iban envueltos en sus pensamientos.
El sabía del amor incondicional, de la amistad desinteresada, de la necesidad de pertenecer. Caminó un poco hasta una vereda reparada, y siguió observando como lo hacía siempre, ¿desde cuando?.
Quizás desde que quedó solo en esa casa donde había compartido alegremente la niñez de Federico. Fueron buenos tiempos. Su mirada triste se iluminó un segundo recordando.
Iban juntos a la escuela, corriendo, jugando, y después que el niño entraba él volvía a dormir hasta la hora de ir a esperarlo en la puerta, entre el bullicio de voces, de madres ansiosas, de llantos, risas y apuro por salir.
Y Federico lo saludaba riendo y la felicidad inundaba mientras caminaban a casa.
Un día cualquiera, hubo movimiento de camiones, cargaron los acosas y el niño desconsolado se despidió de él, que veía sus colores grises, tristes y se le retorció el corazón.
Desde entonces esperó su vuelta, no sabía cuanto tiempo había pasado. El calor llegó, y después las lluvias que lo traspasaban, haciéndolo tiritar y la costumbre del hambre permanente lo invadió. La tristeza se adueñó de él, y la desgana. Vagaba buscando a su amigo, conformándose con un mendrugo, indagando en los ojos de la gente por una mirada conocida, un poco de amor. Estaba cansado, con frío y un desaliento infinito llenaba su corazón sediento de caricias, tan fiel como siempre a pesar del sufrimiento. Y soñando con una mano amiga, con una casa adonde realmente pertenecer, donde fuese su perro, se fue adormeciendo en la quietud de la resignación habitual.
Soñando, y esperando, se le fue la vida.

Clara

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