LA HUÍDA

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Moverse en círculos, dibujando nombres en el piso de la nauseabunda celda, incrustada en el pico de la montaña, esa era su actividad. Abajo, a cientos de metros de distancia, se veía el ancho y voluptuoso mar, sinónimo de salvación y esperanza. Los círculos en el piso se combinan con el movimiento armónico de las manos, que frotan y frotan las barras con el pequeño objeto puntiagudo.

-Falta poco –se dice el hombre, apresado por matar a su esposa y a su hijo, en un arrebato de celos e impotencia, mientras sigue en su labor frenética.
La última barra cede, se ve la luz en el horizonte y se huele la fragancia del océano.
La noche oculta el perfil del hombre que se apresta a saltar en busca de su libertad. Salta. A medio camino un disparo entra en su pecho. El francotirador sonríe, acaricia el dinero que guarda en uno de sus bolsillos, y que ha recibido de la familia de la mujer del cautivo, y comienza a desarmar la potente arma.
Mientras tanto, el herido se queda quieto en el fondo del mar. Luego calcula unos minutos y comienza a nadar suavemente.
“Esto no ha concluido”, dice mientras se saca la protección metálica del pecho, comprada a otro de los guardias, y continúa su huÍda.

Juan Secaira Velástegui
Ecuador