Al verlo levantarse tembloroso, la madre lo contempló con una mezcla de asombro. No había heredado nada de su progenitor, Era un pobre, enclenque, flacuchento y débil animal. Los otros asnos se burlaban de él diciéndole: ”Burro inútil, hazte a un lado” o “Eres un flojo, no sirves para nada, sólo sirves para andar pegado a las patas de tu madre”.
Él era entonces, un burrito triste, abandonado, un bueno para nada, vergüenza de su familia, nadie lo tomaba en cuenta, nadie se preocupaba de él, solamente una anciana y humilde mujer, que le había tomado mucho cariño y sentía una especie de compasión por él. Cuando el amo salía con los otros pastores, lo alimentaba abundantemente, con tres porciones de avena y tres porciones de alfalfa; cepillaba su pelo y lo estimulaba diciéndole: “Nadie ha nacido todavía que el Señor no le haya asignado una gracia o un talento”, y el burrito se quedaba feliz.
Durante tres noches seguidas el burrito soñó:
Caminaba sobre el agua cristalina y transparente de un río por un estrecho sendero y aparecía un Ángel del Señor que le decía:
“Se te ha encomendado una gran misión”, pero él no creía en sueños.
Un día el amo ordenó a tres pastores que cargasen los burros con los fardos de pasto de la última cosecha para llevarlos a Jerusalén. Así lo hicieron, pero al llegar a la ciudad decidieron dejar tres de ellos amarrados a un árbol en las afueras y seleccionaron los tres más feos.
Cuando Jesús mandó a tres discípulos a la ciudad de Jerusalén a buscar un burrito para hacer su entrada triunfal, de los tres lo eligieron a él, cumpliéndose así la profecía del Ángel del Señor.
Autor:
Bernardo Sánchez Zapata
chileno
seudónimo:
Nano
No hay comentarios:
Publicar un comentario