TÚ Y LA MAR
Tú no traías vocación para esas grandes y abnegadas profesiones. Siempre me dijiste que preferías ser un vago feliz a un profesional desdichado. Hijo, no tuve el dinero suficiente para matricularte en la escuela de aviación. Se que por eso buscaste a tu tía, ella si podía ayudarte. Pero pasó lo que yo más temía. Querías hacerme sufrir y lo lograste. Siempre espere lo mejor de tu parte, pero recibí la peor noticia, lo que temí.
Aprendiste a dirigir aquellas grandes naves, para desde lo más alto estrellarte contra la mar. Hijo tu naciste en las montañas de aquella tierra bendecida, tu debiste volverá a ellas y ser enterrado junto al pinar. Pero tuviste que marizar tu cuerpo en el océano, sus aguas me hacían temer lo peor. La mar no era lo tuyo, siempre trataste de ahogarte, comenzando cuando de niño te llevaba a Apulo, al centro turístico y por milagro fuiste rescatado por los pescadores; luego fue en el Obispo, en esa playa los socorristas llegaron a última hora, te rescataron y se operó otro milagro. Después fue en Los Cóbanos y las playas de Acajutla, fueron muchas las veces que la Providencia cuidó de ti.
Y hoy enfrente a este golfo inmenso a penas me sostengo. He venido a dejarte flores. La mar como una madre te recibió. Hijo no sé que hacer. He abandonado la gran cuidad y no se como todavía estoy de pie frente a la tarde y un sentimiento extraño empapa mi alma.
Edgar Iván Hernández, cuentista salvadoreño -1965.-
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